domingo, 20 de octubre de 2019

EL RIO DE LA CONCIENCIA


Leer un libro publicado tras la muerte de su autor, sobre todo si este está tan prodigiosamente vivo en cada página como Oliver Sacks (Londres, 1933-Nueva York, 2015), si muestra su curiosidad, su avidez y su apasionante elocuencia, produce tanto la alegría de volver a tener noticias suyas como el pesar por saber que probablemente esta será la última vez. En sus más de 45 años escribiendo libros, Sacks nos enseñó muchas cosas acerca de cómo pensamos, recordamos y percibimos; de cómo configuramos nuestra concepción del mundo y de nosotros mismos. Sus estudios de casos de personas con trastornos neurológicos eran obras literarias sin dejar por ello de desafiar los paradigmas científicos. Ahora bien, a medida que envejecía, Sacks dirigió su capacidad de observación cada vez más hacia sí mismo, indagando en sus propias experiencias, trastornos, pasiones y procesos mentales con el mismo asombro y la misma agudeza con que estudiaba a sus pacientes. El río de la conciencia es una recopilación de ensayos en los que trabajó hasta su muerte, y contiene reflexiones sobre la evolución de la vida y de las ideas, el funcionamiento de la memoria, el proceso de la conciencia y la naturaleza de la creatividad, junto con análisis de sus propios errores al interpretar y recordar y de su experiencia de la enfermedad. Nuestra salud psicológica depende de la capacidad de reconfigurar y revisar la memoria para permitir el crecimiento.

En uno de los ensayos, dedicado a los desapercibidos escritos tardíos de Darwin sobre las flores, el autor rememora una conversación que tuvo con su madre en su jardín londinense cuando era niño, “hace casi una vida”. Ella le explicó que la causa de que su magnolio fuese polinizado por escarabajos era que hacía 100 millones de años, cuando apareció la magnolia junto con las primeras plantas con flores, las abejas todavía no existían. La idea de un mundo sin “abejas ni mariposas, sin aromas ni colores” llenó de espanto al joven Sacks. “Pensar en eones de tiempo de tal vastedad -y en el poder de los cambios minúsculos e indirectos que, por acumulación, eran capaces de generar nuevos mundos de enorme riqueza y variedad- resultaba embriagador”. Ser consciente de que las cosas podían haber salido de otra manera, de que los seres humanos podrían no haber llegado a existir nunca, “hacía que la vida pareciese aun más preciosa, además de una aventura continua y maravillosa… no fija ni predeterminada, sino siempre propensa al cambio y las nuevas experiencias”. Aunque entonces Sacks era muy joven, parece que esa combinación de asombro, pasión y gratitud no flaqueó jamás a lo largo de su vida. Todo lo que escribió estuvo iluminado por ella. Ahora bien, lo que sintetiza toda su obra es su apertura a nuevas ideas y experiencias y su visión del cambio como el más humano de los procesos biológicos.

Al ensayo sobre los escritos tardíos de Darwin le sigue otro sobre el trabajo temprano de Freud como neurólogo y de qué manera en la década de 1890, como resultado de esos 20 años de investigación, llegó a concebir el cerebro como un órgano dinámico cuyas funciones no radican en centros aislables, sino que se llevan a cabo a través de sistemas complejos abiertos a su modificación por la experiencia y el aprendizaje. Freud se adelantó a su tiempo en su concepción de la memoria como un “proceso de transformación y reorganización”, es decir, como un proceso esencialmente creativo en el que los recuerdos se revisan y se vuelven a categorizar permanentemente para conformar la identidad y fomentar la sensación de continuidad como individuo. En una carta a Wilhelm Fliess fechada en 1890, Freud utilizaba el término Nachträglichkeit -”Retranscripción”- para describir la acción por la cual el cerebro evoca un recuerdo y lo revisa en respuesta a las circunstancias recientes. Puesto que el proceso se puede repetir varias veces a lo largo de la vida, cabe afirmar que un recuerdo tiene una especie de historia geológica con diferentes estratificaciones que se remontan atrás en el tiempo y “representan los resultados psíquicos de las diferentes épocas de la vida”. Freud escribió que había llegado a explicarse las psiconeurosis “suponiendo que parte de los recuerdos no habíanexperimentado esaretranscripción”. En otras palabras, que nuestra salud psicológica depende de nuestra capacidad de revisar y reconfigurar constantemente la memoria para permitir el crecimiento y el cambio.

Esta noción extraordinaria contribuyó a establecer nuestra visión del yo como algo flexible en vez de estático, y nuestra concepción del pasado como una reconstrucción imaginativa en constante evolución. Ambas ideas posibilitaron la terapia. En su condición de neurólogo, Sacks nos ha hecho comprender más en profundidad las capacidades dinámicas y creativas del cerebro al revelar, una y otra vez, los asombrosos recursos que tiene el cerebro discapacitado para enfrentarse a sus limitaciones, compensándolas mediante ingeniosos procedimientos o creando explicaciones verosímiles para lo absurdo, preservando así una forma de coherencia, aunque sea subjetiva. Sus casos prácticos ilustraron que al igual que la homeostasis es vital para cualquier organismo, un relato estable y convincente de la realidad es vital para la mente y su construcción del yo, de modo que hasta los cerebros con graves discapacidades encuentren la manera de crear orden.



Este último punto, con todo lo que implica, me afectó profundamente cuando leí por primera vez los libros de Sacks mientras intentaba escribir mi primera novela, hace 16 años. Aunque ya había advertido que la narración es una actividad humana primordial -como señala Sacks en un ensayo de la recopilación-, nuestra manera de dar sentido al mundo, lo que me resultó revelador en mi época de joven escritora en lucha con el concepto del personaje, con cómo describir la humanidad al mismo tiempo que la individualidad, fue la idea de que, para el cerebro, la coherencia que forja la narración es fundamental para un relato certero de la realidad.

No existe ningún mecanismo en el cerebro que asegure la verdad, y en ello reside para Sacks el don de la creatividad. Esta idea se trata de manera hermosa y directa en otro de los ensayos del libro, titulado “La falibilidad de la memoria”. Tras la publicación de su primera autobiografía, El tío Tungsteno, Sacks se dio cuenta de que sus recuerdos no eran tan fiables como él creía. Después de describir con todo detalle el de una bomba de termita que cayó detrás de la casa de su familia en el invierno de 1940-1941, su hermano le informó de que, en realidad, él no había estado presente en el suceso, ya que lo habían enviado a la seguridad relativa de un internado. El “recuerdo” había sido extraído del principio al fin de una carta que el hermano mayor les había escrito a ellos dos, en la que describía el dramático suceso de una manera que impresionó profundamente a Sacks. Incluso después de aceptar la corrección, Sacks comprobó que el recuerdo no perdía nada de su vívida fuerza debido al tiempo que llevaba grabado como si fuese un auténtico recuerdo primario. Ni el psicoanálisis ni las imágenes cerebrales pueden mostrar la diferencia entre un recuerdo verdadero y uno falso. Es más, como dice Sacks, “al parecer no existe ningún mecanismo en la mente o en el cerebro que asegure la verdad. (…) No tenemos acceso directo a la verdad histórica, no existe ninguna vía directa para transmitir o registrar en nuestro cerebro los sucesos del mundo; estos se viven y se construyen de manera altamente subjetiva. (…) Nuestra única verdad es la verdad narrativa, las historias que nos contamos entre nosotros y a nosotros mismos, y refinamos sin cesar”.

Por desconcertante que parezca, Sacks, un genio de la identificación de la fuerza que nace de la falibilidad, localiza en esta imperfección el don humano de la creatividad. Tal vez olvidemos la fuente de lo que leemos o lo que contamos, pero podemos absorber e integrar lo que otros expresan de manera tan viva que lleguemos a sentir que se ha originado en nosotros mismos. En el ensayo titulado “El yo creativo”, su autor lleva la idea aún más lejos, y propone que un largo periodo de “olvido”, en el que el pensamiento y la experiencia se separan de sus fuentes y entran en el inconsciente previa criba, es fundamental para la originalidad. Todos nos apropiamos de elementos procedentes de los demás y de la cultura que nos rodea, afirma. “Lo importante no es el hecho de ‘tomar prestado’ o de ‘imitar’, sino lo que uno hace con lo prestado; con qué profundidad lo asimila, lo hace suyo, lo combina con sus propias experiencias, pensamientos y sentimientos, lo pone en relación con uno mismo y lo expresa de una manera nueva y personal”. Llenarse con la conciencia de los otros y luego olvidar con suficiente profundidad y durante el tiempo suficiente para que el universo colectivo se pueda fundir con lo que es único y original de uno mismo es la definición de la creatividad más precisa y conmovedora con la que me he topado. Basándose en la rica historia de las ideas que absorbió a lo largo de toda una vida, en esta recopilación Sacks ilustra página tras página la manera de hacerlo.

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