domingo, 8 de abril de 2018

EL DEDO QUE APUNTA A LA LUNA


Comparto esta excelente reseña hecha por el pianista español Agustí Fernandez, con motivo de la partida de este plano, del genial músico y pianista Cecil Taylor acaecida el pasado 5 de abril de 2018. 


Es muy difícil hablar de un gigante del piano como Cecil Taylor. Pio­nero, innovador, genio, leyenda vi­va, ya se han utilizado todos los ca­lificativos y poco se puede añadir de novedoso. No obstante, voy a in­tentar aportar un par de conceptos que pueden dar alguna clave para escuchar a Cecil Taylor, para en­tender la manera en que aborda el piano.

Taylor es una figura única en el mundo del jazz ya que, a diferen­cia de sus compañeros de genera­ción provenía del mundo académi­co y no de tocar en bandas de blues y rythm & blues. Esto significa que en sus años de aprendizaje estuvo en contacto tanto con la música culta europea del siglo XX (Debussy, Ravel, Stravinsky. Bartok, etcétera) como con la tradición viva del jazz (Fats Waller, Errol Garner, Duke Ellington, Thelonious Monk, etcé­tera).

Precisamente lo que hizo que su música fuera tan controver­tida al inicio de su carrera fue la ori­ginal mezcla de técnicas europeas con la energía de la música tradi­cional de los negro-  americanos, creando una música nueva e inimi­table. Con el paso del tiempo, Cecil Taylor, ferviente defensor de la cultura­ musical afrocéntrica dio la espalda a la mayoría de las ideas de ori­gen europeo, ya que considera que las raíces de toda la música se en­cuentran en África.

El eslabón que le une a Europa es el instrumento, el piano, quizás el instrumento más definí- torio de lo que es y repre­senta la música europea. Pero Ce­cil Taylor ve el piano desde una perspectiva muy diferente a como lo vemos los europeos. Para él, el piano es eminentemente un ins­trumento de percusión, a diferen­cia de otros pianistas de jazz de su generación, como Bill Evans, que lo veían como un instrumento melódico-harmónico. Taylor dijo una vez que para él el piano eran ochenta y ocho tambores afinados, aludiendo a las teclas que tiene el piano.

Recuerdo una vez en que Taylor me demostró este concepto en un piano. Acercando sus dedos a las te­clas y pulsándolas suavemente me dijo: "Los europeos tocan el piano así, hundiendo las teclas; pero en mi tradición el piano se toca ¡así!, golpeándolas", y acompañó la frase con un rapidísimo golpe ejecuta­do desde medio metro de distancia del teclado. Para comprobar de qué habla Taylor no hay más que acudir a los vídeos de Duke o Monk colgados en YouTube.

Otro rasgo definitorio del pianismo de Cecil Taylor es la fisicalidad de su manera de tocar. Una fisicali­dad primitiva que le asemeja más a un animal que a un pianista con­vencional. Para él no hay diferen­cia entre tocar el piano o bailar, por ejemplo, todo su cuerpo parti­cipa en la acción de extraer soni­dos del piano. Son célebres los vue­los taylorianos por el teclado en busca de la sonoridad que tiene en mente y que sólo la implicación to­tal del cuerpo le puede dar.

Pero es que él piensa que cual­quier técnica que produzca un so­nido musical es aceptable, tanto si está dentro de la tradición como si no." La técnica es un arma para ha­cer lo que se tiene que hacer”, dice. Una de esas armas, y quizás la más superficialmente imitada, es la utilización de clusters de notas. Un cluster (racimo) es un grupo de notas adyacentes tocadas simultá­neamente de manera que la sensa­ción de altura definida (un fa cen­tral por ejemplo) se diluye y queda solamente la sensación global de percusión indefinida. 

Taylor utiliza esa técnica (ejecutada con los dedos, la mano, la muñeca o el brazo) para enlazar una sucesión de clusters por todo el teclado a velocidad de vértigo. Su efecto es el mismo que obtienen Ornette Coleman o John Coltrane con el saxo: frases velocísimas donde lo importante no es el microdetalle, las notas una a una, sino el dibujo global que forman, y la energía que contienen y desprenden. La técnica pianística de Cecil Taylor, mezcla de ortodoxia y heterodoxia, es única, a la vez brutal, sofisticada, virtuosa, no exenta de lirismo y suavidad cuando el momento lo requiere.

Pero ella no es nada más que el dedo que apunta a la luna, no la luna en sí. Una técnica al servicio de unas ideas únicas y originales: "Los grandes artistas, más que embarcarse en una disciplina, lo que hacen es entender lo que es el amor y permitir que este tome forma". Su amor se sublima en el momento en que entra en contacto con un Bósendorfer Imperial, su piano preferido.

(Para quien esté interesado en introducirse en el pianismo de Cecil Taylor, le aconsejaría uno de estos tres discos - entre los diecisiete de que consta su discografía de piano solo - : “Air Abow Mountains”, Enja, 1976; “Garden” HatArt 1971; Y “The Willisau Concert”, Intakt. 2002).

© Agustí Fernandez

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