miércoles, 2 de septiembre de 2009

PALABRA ENVENENADA

Este notable historiador, es a su vez un punzante crítico de jazz. Aunque este texto ya tiene su tiempo, sus palabras resisten el paso del mismo y es tan actual como cuando lo escribió. Un análisis que de manera certera, nos habla como el Free Jazz o los devaneos de Miles en su última etapa y tantos otros, fueron delicadamente ocultados o poco promocionados. Un ensayo con visión periférica intentando abarcar el todo, con lo que eso supone, lo bueno, lo malo, lo lindo y lo feo. Pero mejor compruebenlo ustedes mismos. Con mirada allende, ERIC HOBSBAWM.

El Jazz de fin de siglo

Desde entonces se ha producido un renacimiento importante. En un principio, los ejecutantes que resultaron más beneficiados en los Estados Unidos fueron los músicos talentosos de vanguardia que militaron en los oscuros días de los años 60 y 70, y que se sintieron llevados nuevamente a la corriente principal del jazz gracias a la reaparición de un público de jazz entusiasta. Estos músicos no eran jóvenes. Desde entonces han surgido músicos genuinamente jóvenes de cualidades notables. Sin embargo, había algo extraño en ese renacimiento del jazz, aunque esa extrañeza lo vuelva más familiar a los antiguos amantes del jazz como yo. El jazz de los 90 mira hacia atrás.Por cierto, los nombres que primero atraen al público en los festivales de jazz son los sobrevivientes de los días previos a 1960, y los talentos de mediana edad que surgen de los 60 y los 70. Pero lo que resulta igualmente significativo es lo que tocan. La base de lo que se está ejecutando hoy en día es esencialmente el bebop de los años 40 y 50. Todos son boppers (amantes de este tipo de jazz). No es que no haya sucedido nada en el jazz desde entonces, sino que las innovaciones de las décadas pasadas, desde el free jazz hasta la fusión, han sido silenciosamente marginadas. Hasta los obituarios más entusiastas de Miles Davis, la figura clave en el desarrollo del jazz desde comienzos de los años 50, se tornaban curiosamente más ambiguos cuando hablaban de sus últimos veinte años, y preferían guardar silencio respecto de la última década. Lo cual está bien para la gente de edad avanzada a la que no le cuesta recordar las maravillas de su primer Quinteto, de Miles Ahead y Kind of Blue, pero la brecha generacional no debería ser tan estrecha. Tradición es la palabra clave ahora, un término alguna vez oído con más frecuencia entre los fanáticos del jazz que deploraban el fin de la música de Nueva Orléans que entre los músicos. Y, sin embargo, éstas son las palabras de un saxofonista de veintitantos años (a quien se describe como surgido de Parker y Adderley): Bird es la influencia principal porque cubre tantas eras y estilos en su ejecución. Se mantuvo fiel a la tradición y creo que si estudiara lo suficiente a Bird podría adueñarme de ella. ¿Acaso Bird pensaba así de sí mismo cuando tenía veinticinco años? Es más, la moda retro se remonta mucho más allá de los pioneros del bebop. Hubo un retorno a las baladas tradicionales, aunque ahora sean ejecutadas con floreos de vanguardia por hombres que regresaron a la corriente principal, provenientes de las fronteras más inaccesibles, como Archie Shepp, el terror de los años 60. Hubo, incluso, una recuperación negra de la tradición original de Nueva Orléans por parte de afroamericanos -durante muchas décadas éste fue un gusto exclusivamente blanco-. Y hubo, por sobre todo, un extraordinario retorno al blues, que aportó una recaudación de medio millón de dólares por la venta de una reedición de Robert Johnson. Todo esto resulta reconfortante y, a la vez, familiar para los veteranos, aunque es imposible volver a sentir, como en 1939-42, y nuevamente a fines de los 50, que estamos viviendo una era de oro del jazz.Simplemente hay mucho jazz para escuchar y no faltan músicos aventureros y accesibles al mismo tiempo. Pero también es una señal de peligro. El jazz no puede sobrevivir como la música barroca, como una forma de pastiche o de arqueología musical para un público cultivado, incluso entre negros. Pero éste es precisamente el peligro que lo acecha. Los chicos negros hoy no cantan blues. El blues es ejecutado, en el mejor de los casos, por artistas viejos para públicos barriales de igual edad y, en el peor de los casos (como sucede en muchos de los salones de blues de Chicago), en barrios blancos, por los mismos hombres entrados en años, para estudiantes blancos. Los chicos negros ya no sueñan con tocar trompetas, sino con formar parte de los grandes grupos de rap. En mi opinión, ésta no es una forma de arte interesante desde un punto de vista musical y, además, sus letras son chabacanas. De hecho, es lo opuesto al arte, grandioso y profundo, del blues. Hay buenas razones para que suceda esto, pero no hace más que cortar las raíces del jazz.El panorama artístico y los medios negros florecientes -lo que podría llamarse el territorio Spike Lee- están impregnados de jazz, y también lo están, obviamente, los músicos, negros y blancos, y no sólo en los Estados Unidos. Pero el jazz siempre vivió, no por ser popular, sino por lo que Cornel West llama la red de aprendices, la transmisión de habilidades y sensibilidades a los nuevos músicos. Las cuerdas de esta red se están deshilachando. Algunas ya se cortaron. ¿Acaso el jazz se está transformando, más allá de toda redención, en otra versión de la música clásica: un tesoro cultural aceptado que consiste en un repertorio de estilos mayoritariamente muertos, ejecutados por artistas en vivo para un público de mediana edad y de clase media, financieramente acomodado, blanco y negro, al que se suman las masas leales de amantes del jazz japoneses? ¿Volverá a ser accesible a su público natural, los jóvenes pobres, principalmente a través de la radio y las grabaciones, como lo fue para mi generación europea hace medio siglo? ¿El jazz se está fosilizando de una manera terminal? No es imposible. Si éste fuera el destino del jazz, no servirá de mucho consuelo que todas las peluquerías y los salones de belleza hoy pasen grabaciones de Billie Holiday. Sin embargo, el jazz ha demostrado tener extraordinarios poderes de supervivencia y autorrenovación dentro de una sociedad que no está preparada para esta música, y que no la merece. Es demasiado pronto para pensar que su potencial se ha extinguido.Además, ¿qué tiene de malo seguir escuchando y dejar que el futuro se ocupe de sí mismo?

Traducción de Claudia Martínez.
(c) Eric Hobsbawm y Clarín, 1998.
Intro: Micky Almdada

1 comentario:

Norberto Federico Fernández Lauretta dijo...

Gracias Micky. Lo hice como los chicos curiosos y comensé a la inversa; fue algo así como leer el libro desde su última página; pero esta semana debuté como debí hacer hace tiempo por ser gustoso de la música de jazz. Cierro mi primer día de clases intensivas y arduas y magníficas de jazz contigo.
Muy interesante análisis (visto por mí literariamente)que me hiciste conocer de Eric Hobsbawm, que atiende, como dices, el todo, lo bueno, lo malo, lo lindo y lo feo. Gracias.