domingo, 29 de abril de 2018

NICOLAS OJEDA - MAYO



Después de un debut prometedor, intuyo que el músico siguió su instinto, su mirada como compositor y tomo la ruta opuesta. Y lo bien que hizo. "Mayo", su última inquietud discográfica se distancia hacia un horizonte más ambicioso, con respecto a “Posibles Días En Sueños”.

“Kernel Panic” es un ejercicio rupturista cuya intensidad es dada por la voz de Victoria Zotalis, quien hace confluir una superficie propicia, no exenta de delicadeza desde su costado melodramático. “Mind The Gap”, plantea la urbanidad ideológica de la ciudad convulsionada.

“La Búsqueda” es lo más logrado desde mi punto de vista. En trece minutos, despierta sensaciones encontradas. El contrabajista inicia una exploración, sin fisuras, donde se desmarca de los tópicos habituales; por la senda de la emoción, el acervo jazzistico y la apertura intelectual.

Las composiciones se fusionan y están interconectadas en un movimiento casi continuo. Cada tema es un cuadro donde Nicolás pinta universos oníricos, como pinturas con sonido real.

Nicolas Ojeda: Contrabajo
Sebastián Zanetto: Piano y Rhodes
Pedro Bulgakov: Batería
Pablo Monteys: Saxos
Mauro Mourelos: Trompeta y Electrónica
Nicolás Olivera: Guitarra
Victoria Zotalis: Voz
Guillermo Brutto: Guitarra



martes, 17 de abril de 2018

SPINETTA Y LOS SOCIOS DEL DESIERTO – REEDICIÓN



Un inmaculado box set catapulta para la posteridad, el paréntesis noventesco de Luis Alberto y hay nostalgia en todo esto. La reedición, en el formato que parecía pertenecer al pasado,  surge en el mismo contexto histórico en que la banda se dio a conocer. La Argentina neoliberalizada, asistía y era espectadora de la continuidad mutante de un mito de la música local; junto con un power trío de rock puro y duro, ofreciendo su inobjetable visión siempre fiel al espíritu del poeta mayúsculo que fue Luis.

Década de muchos hechos políticos que se vivían con gran intensidad. Uno de ellos;  el gran paro docente, que Luis abrazó con su solidaridad,  la “Carpa De Los Maestros”, como se conoció y tocó: “Barro Tal Vez”. El azar quiso que esta música despertara de su letargo en un contexto político igual o peor creo yo, que antaño. Las carcajadas de la historia.

El fetiche  de lujo contiene,  una caja con 4 vinilos transparentes junto a un libro de fotos que fue un viraje a las fuentes de “Pescado Rabioso”, en la discografía del emblemático músico argentino; donde pisó a fondo el acelerador y materializo su visión de época con letras supremas y sonidos de guitarra que te partían la cabeza.

Tuve la oportunidad de verlo en Córdoba cuando vivía en mi ciudad  y quedamos saciados de rock con clase, sumando la incontrastable calidad del flaco para escribir. Verlo en vivo exponía un país que ya estaba sobre-estimulado, donde se vivía con la ilusión y el espíritu embriagador de que éramos parte, por un ratito, del primer mundo.

No quiero dejar pasar a los dos musicazos que lo acompañaron: Marcelo Torres en bajo eléctrico, músico que como solista y coparticipe de otros proyectos,  trabajo en la vertiente de la música instrumental de proyección y Daniel “El Tuerto” Wirtz en batería, un fuego sin control que arrasaba todo a su paso.

El abrazador marasmo que quedaba después de escuchar la versión de “Sucia Estrella”, “Cheques” o la sutileza de “Luna De Abril” no dejaban de ser un fresco de época, que servía de bálsamo y que exponía abiertamente y sin tapujos, lo ideológico como elemento transformador de lo social, que convivía a la par del sujeto proto-capitalista que todo lo compraba.

Luis como otros colegas comprometidos de aquella etapa, también dejo su huella. Un artista que supo integrar su evolución como compositor, sabiendo moverse en cada paso de su historia replanteándose un camino más allá de “Muchacha...”; integrando su propio lenguaje siempre consecuente con los tiempos que le tocaron vivir.

Este cofre definitivamente es el mejor tributo para reivindicar aún más su marca indeleble, que se agigantará con el paso del tiempo, y donde convergieron tres personalidades de elevado talento, audaces e inspiradas. Imprescindible como objeto de colección, este relanzamiento no hace más que aumentar aún más la figura inabarcable de un profeta en su tierra.



domingo, 8 de abril de 2018

EL DEDO QUE APUNTA A LA LUNA


Comparto esta excelente reseña hecha por el pianista español Agustí Fernandez, con motivo de la partida de este plano, del genial músico y pianista Cecil Taylor acaecida el pasado 5 de abril de 2018. 


Es muy difícil hablar de un gigante del piano como Cecil Taylor. Pio­nero, innovador, genio, leyenda vi­va, ya se han utilizado todos los ca­lificativos y poco se puede añadir de novedoso. No obstante, voy a in­tentar aportar un par de conceptos que pueden dar alguna clave para escuchar a Cecil Taylor, para en­tender la manera en que aborda el piano.

Taylor es una figura única en el mundo del jazz ya que, a diferen­cia de sus compañeros de genera­ción provenía del mundo académi­co y no de tocar en bandas de blues y rythm & blues. Esto significa que en sus años de aprendizaje estuvo en contacto tanto con la música culta europea del siglo XX (Debussy, Ravel, Stravinsky. Bartok, etcétera) como con la tradición viva del jazz (Fats Waller, Errol Garner, Duke Ellington, Thelonious Monk, etcé­tera).

Precisamente lo que hizo que su música fuera tan controver­tida al inicio de su carrera fue la ori­ginal mezcla de técnicas europeas con la energía de la música tradi­cional de los negro-  americanos, creando una música nueva e inimi­table. Con el paso del tiempo, Cecil Taylor, ferviente defensor de la cultura­ musical afrocéntrica dio la espalda a la mayoría de las ideas de ori­gen europeo, ya que considera que las raíces de toda la música se en­cuentran en África.

El eslabón que le une a Europa es el instrumento, el piano, quizás el instrumento más definí- torio de lo que es y repre­senta la música europea. Pero Ce­cil Taylor ve el piano desde una perspectiva muy diferente a como lo vemos los europeos. Para él, el piano es eminentemente un ins­trumento de percusión, a diferen­cia de otros pianistas de jazz de su generación, como Bill Evans, que lo veían como un instrumento melódico-harmónico. Taylor dijo una vez que para él el piano eran ochenta y ocho tambores afinados, aludiendo a las teclas que tiene el piano.

Recuerdo una vez en que Taylor me demostró este concepto en un piano. Acercando sus dedos a las te­clas y pulsándolas suavemente me dijo: "Los europeos tocan el piano así, hundiendo las teclas; pero en mi tradición el piano se toca ¡así!, golpeándolas", y acompañó la frase con un rapidísimo golpe ejecuta­do desde medio metro de distancia del teclado. Para comprobar de qué habla Taylor no hay más que acudir a los vídeos de Duke o Monk colgados en YouTube.

Otro rasgo definitorio del pianismo de Cecil Taylor es la fisicalidad de su manera de tocar. Una fisicali­dad primitiva que le asemeja más a un animal que a un pianista con­vencional. Para él no hay diferen­cia entre tocar el piano o bailar, por ejemplo, todo su cuerpo parti­cipa en la acción de extraer soni­dos del piano. Son célebres los vue­los taylorianos por el teclado en busca de la sonoridad que tiene en mente y que sólo la implicación to­tal del cuerpo le puede dar.

Pero es que él piensa que cual­quier técnica que produzca un so­nido musical es aceptable, tanto si está dentro de la tradición como si no." La técnica es un arma para ha­cer lo que se tiene que hacer”, dice. Una de esas armas, y quizás la más superficialmente imitada, es la utilización de clusters de notas. Un cluster (racimo) es un grupo de notas adyacentes tocadas simultá­neamente de manera que la sensa­ción de altura definida (un fa cen­tral por ejemplo) se diluye y queda solamente la sensación global de percusión indefinida. 

Taylor utiliza esa técnica (ejecutada con los dedos, la mano, la muñeca o el brazo) para enlazar una sucesión de clusters por todo el teclado a velocidad de vértigo. Su efecto es el mismo que obtienen Ornette Coleman o John Coltrane con el saxo: frases velocísimas donde lo importante no es el microdetalle, las notas una a una, sino el dibujo global que forman, y la energía que contienen y desprenden. La técnica pianística de Cecil Taylor, mezcla de ortodoxia y heterodoxia, es única, a la vez brutal, sofisticada, virtuosa, no exenta de lirismo y suavidad cuando el momento lo requiere.

Pero ella no es nada más que el dedo que apunta a la luna, no la luna en sí. Una técnica al servicio de unas ideas únicas y originales: "Los grandes artistas, más que embarcarse en una disciplina, lo que hacen es entender lo que es el amor y permitir que este tome forma". Su amor se sublima en el momento en que entra en contacto con un Bósendorfer Imperial, su piano preferido.

(Para quien esté interesado en introducirse en el pianismo de Cecil Taylor, le aconsejaría uno de estos tres discos - entre los diecisiete de que consta su discografía de piano solo - : “Air Abow Mountains”, Enja, 1976; “Garden” HatArt 1971; Y “The Willisau Concert”, Intakt. 2002).

© Agustí Fernandez

lunes, 2 de abril de 2018

DEEP FORD - "INNER WHATEVER"


Robin Fincker - Saxophone Ténor - Clarinette
Benoit Delbecq - Piano - Bass Station
Sylvain Darrifourcq - Batterie - Cithare Amplifiée