Antes que nada comentarles que el fin de semana pasado aunque no estuve presente por proximidad con el premio Tango, el programa había quedado nominado en otro, el premio Rosa de Oro, también en Buenos Aires el 15 de noviembre pasado. Cuestiones laborales y de plata me hicieron imposible ir nuevamente hasta allá. El resultado fue que Impronta salió elegido nuevamente como mejor programa “Jazz Radio” obteniendo en este año 4 nominaciones a nivel Nacional, con tres galardones obtenidos. Ni hablar de mi estado de ánimo: Pura Exultación. Gracias a quienes nos eligieron sinceramente.
Hoy en el programa vamos a pasar algunos trabajos contemplados dentro de la magnífica reseña que hizo Carlos Sampayo en su momento de la serie Jazz In Paris, de lo que sería la segunda parte de la colección que acá ni llego, pero que nosotros nos apropicuamos de algunos de ellos. El amante de jazz no reconoce límites a la hora de hacer hasta lo inasible por un disco. Creo que lo mejor que tiene esta colección que emprendió el sello Gitanes es la buena presentación y el precio accesible. Toda la música contenida en esta serie es magnifica. Cuanto proyecto hubo en torno al jazz por esa época, quedó registrado en esta serie. Así nos topamos con un disco maravilloso de “Mary Lou Williams - I made love you Paris” hasta cuatro trabajos denominados "Jazz y Cinema", donde el arco extiende su cuerda desde Stan Getz a Martial Solal. Las fotos de la cubierta son en la mayoría de los casos de un blanco y negro inmenso y bello lo cual también es un valor adjunto para el aficionado fotofóbico. Acá en el tercer mundo donde vivo la compañía Universal, la que se encargo de la distribución del material, los presentó con un cartón tosco, algunas fotos medio decoloradas, y la carpetilla interna que encontramos cuando abrimos el díptico, solamente contiene los temas, los músicos participantes ( gracias ) y la data numeral de las grabaciones, producto casi diría histórico de la falta de buen gusto y amor incluso a la hora de vender el arte. Yo siempre recuerdo las actitudes de los que vivimos en nuestro país a la hora de hacer las cosas, no, la diferencia de manufacturación que había entre los productos importados y los nacionales era abismal. Yo tuve la oportunidad de adquirir un solo ejemplar de la primer tirada de esta serie importado, gracias a un alma caritativa que conoce a fondo mis impulsos y debilidades por los discos: Chet Baker: Broken Wings. El cartón comparado con el de acá parece seda, la información del CD viene en traducción bilingüe Francés e Ingles, y hasta por una cuestión de sentido común ya que todas las tapas van acompañadas por una foto de París, se coloca en algún apartado del trabajo a que lugar de Francia pertenece. Bueno dejo de escribir sobre este tema porque, como decía mi “nona”, me pone los pelos (los pocos que quedan ya) de punta. Hoy nos trasladamos imaginariamente en el programa a esas calles de ensueño donde los protagonistas rieron, lloraron, se enamoraron y nos dejaron lo mejor de sí: la música el mejor de los antídotos. Que disfruten la nota y si pueden comprarse toda esta colección háganlo les aseguro que no se arrepentirán.
PD: La foto de presentación no pertenece a la colección mencionada pero me pareció referencial a fin de lo expuesto.
Los pesimistas podrán aducir que con estos diecinueve CD, últimos de la serie Jazz in Paris, se acaba la fiesta. Colocan así, sobre la descarnada mesa de las ilusiones, el viejo dilema del vaso medio lleno o medio vacío. Personalmente creo que con estos diecinueve la fiesta se completa y cobra cuerpo. Es verdad que aquí faltan muchos discos, que el jazz en París no se agota en esta colección, que no están Christian Chevalier, ni la música grabada por Bud Powell en la ciudad, por recordar sólo dos ausencias importantes, pero el amor por el pasado --en este caso también la disponibilidad de los recopìladores-- tiene sus límites y un corazón henchido sabe decir basta antes de quebrarse. Pero no debe asustarse el lector con estas disquisiciones un poco cardíacas: el corazón está colmado y fortalecido por sonidos que comienzan en 1932 con el pianista Garland Wilson (Harlem Piano in Montmartre) y que terminan en 1975 con el cuarteto del brillante saxofonista Gérard Badini (The Swing Machine). En medio, el período de entreguerras, la Segunda Guerra Mundial, la ocupación alemana, la posguerra, la descolonización, mayo del ’68 y el gran despegue económico. Varias ciudades llamadas París albergan diferentes tipos de jazz en este recorrido, aunque las imágenes de portada --el otro gran reclamo de la colección-- tienden a eternizar un momento en blanco y negro, a recrear una y otra vez la figuración de una ciudad pacientemente amada y mimada por sus habitantes. La ocupación pudo mermar la actividad o desplazar hacia la ocultación los títulos en inglés de las canciones, pero el jazz siguió latiendo en París y hasta los ocupantes usufructuaron su vitalidad: Jazz sous l’occupation muestra ocho orquestas actuantes entre 1940 y 1944, el período más triste de la París desde la época de Victor Hugo; sin embargo, la música es optimista, resiste, se empecina en propagarse por sobre los decretos y las regulaciones de quienes se creían racionales al imponerlos (algunos músicos de jazz estuvieron en la Resistencia). La foto de portada de este CD muestra una larga cola de ciudadanos ocupados en conseguir unas lonchas de jamón de York… pero nadie ha perdido la dignidad; podemos comprobarlo en el atuendo y la actitud.
De los años inmediatamente posteriores a la guerra no hay ejemplares en esta última entrega, que arranca en 1953 con las célebres grabaciones de Dizzy Gillespie con cuerdas (sí, fueron grabadas en París con músicos franceses); baladas para caerse al suelo y seguir disfrutando: Dizzy Gillespie and his Operatic Strings Orchestra. Del mismo años son las últimas grabaciones de Django Reinhardt, ya con músicos modernos, como Martial Solal, Maurice Vander, “Sadi” y Pierre Michelot. Con Nuages y Nuits de Saint-Germain del-Prés se completa la más grande participación de un músico en esta colección, nada menos que siete CD, todos espléndidamente editados. La París de los primeros años cincuenta era también la de las nuevas imágenes cinematográficas: Jazz & cinéma vol.4 evoca, a través de cinco bandas sonoras, cinco momentos narrativos en iconografías irrepetibles. Entre ellos, la tan deseada aparición de la música de Touchez pas au Grisbi de Jacques Becker, un canto crepuscular a la amistad como valor superior. La amistad, el amor: en esos años se encontraron Bobby Jaspar y Blossom Dearie, y se casaron.En 1954 Blossom grabó en París un disco de trío de piano (sin cantar), aquí presentado como The Pianist, que también incluye cuatro cortes del grupo vocal The Blue Stars, reforzado por la propia Blossom, que era muy buena instrumentista pero no llegaba a los talones de Bernard Peiffer, quien aún es una referencia en el arte de afrontar el jazz a través del piano; The Bernard Peiffer Trio plays Standards también fue grabado en 1954.
De Gus Viseur se sabe poco fuera del ámbito local, sin embargo fue el máximo representante del acordeón parisiense. A veces jazzística, a veces no, su música --aquí en trío-- es un complemento sonoro de las tarjetas postales y las fiestas populares. En De Clichy à Broadway se presenta en trío (1955) y solo (1963). La foto de portada muestra la Place Clichy circundada de vehículos; nada más atinado porque la música de Viseur circunda y acoge. Como la de Henry Crolla, ya presente en los volúmenes 60 y 80 de la colección. Y guarece con la evocación en las canciones y las tonalidades elegidas (generalmente en tonos menores, melancólicas) y en la pulsación suave pero decidida de su guitarra inequívocamente francesa… la sombra de Django gravitante y espesa; en Quand refleuriront les lilas blancs? Crolla se pregunta sobre cosas perdidas, sobre sentimientos difuminados.
En 1956 llegaron muchos músicos estadounidenses a París; otros ya estaban allí, como el pianista Sammy Price que, en compañía del trompetista Doc Cheatham, dedica un álbum a las composiciones de Gershwin, play George Gershwin; es una música estabilizada desde del genio que la creó en pentagrama, a la que le falta un poco de aire, aunque le sobra honradez. Cheatham, que está presente en ocho de las veinticuatro canciones, hace uso de la sordina con el buen tino que caracterizó su larguísima carrera (murió con más de 90 años, en plena actividad, caso extremo en un trompetista). Trompetistas como Joe Newman y Cootie Williams estaban en París el mismo año, el primero como miembro de la orquesta de Count Basie (que causó furor en sus presentaciones) y Williams, ya se sabe, como parte del sonido único de la de Duke Ellington (con una acogida algo menos entusiasta). Ambos aprovecharon la ocasión para grabar en combo. Newman lo hizo con otros basianos a los que se sumó el pianista Maurice Vander. Williams grabó con un quinteto con órgano, con músicos estadounidenses poco conocidos, a los que impuso su musculosa personalidad: Jazz at Midnight, de Newman y Williams es una demostración de swing en grupos pequeños, un arte de apariencia sencilla que guarda muchos secretos no formulables con palabras ni ideas (“Señor Basie, ¿qué es el swing?”. Respuesta irónica). Sí lo sabía --y sabía que lo sabía--, el pianista Jack Diéval, que al frente de un sexteto de rendimiento impresionante, firma mi disco preferido de esta última tanda, también grabado en 1956: Jazz aux Champs Elysées. En honor a la excepcionalidad, citaré a los músicos que secundan a Diéval: Guy Lafitte (st), Michel de Villers (sb), Sacha Distel (g), Paul Rovére (cb) y Christian Garros (bat). Cuando se los escucha aparece un jazz esencial, sin espectáculo ni innovaciones, pero centrado exactamente en el tempo requerido por el swing, manifestando todos los intangibles que hacen que el jazz sea un caso aparte en la historia de los sonidos conjugados.
Bobby Jaspar, que al poco tiempo emigraría a Estados Unidos, se presenta al frente de un cuarteto más percusión, exhibiendo sus habilidades como flautista; no olvidemos que fue uno de los primeros en tocar ese instrumento en el jazz moderno, y también uno de los mejores. Este CD, Jeux de quartes, es el segundo de la colección a nombre de Jaspar y es interesante porque el talento del artista permite que la tensión se mantenga a máximo nivel… desde la fragilidad de la flauta. Controlaba el instrumento con maestría y emoción; un verdadero grande que murió muy joven. El mismo 1958 albergó en estudios a Sarah Vaughan, arropada en un velo de cuerdas. Siempre pensé que Vaughan no necesitaba de ese tipo de marco, pero la posible inoportunidad de la orquesta no empaña la potencia carnal de su voz ni la explosiva musicalidad que la impulsa. Vaughan and violins contiene unas memorables versiones de Misty y Day by day.
En 1960 el muy serio André Hodeir presentó uno de sus experimentos teóricos en forma de disco, aquí llamado Jazz & Jazz. En varias formaciones (o formatos) la música transcurre intranquila e insatisfecha, como corresponde a un arte promovido por un investigador. La presencia de Martial Solal en estado de gracia termina de dar forma a una de las obras menores de Hodeir. No es obra menor Parisian Sketches de Max Roach, una suite compuesta por encargo con el sensacional quinteto que conocimos bajo el nombre de Tommy Turrentine, en el único disco grabado por este trompetista y hermano en calidad de líder. El personal: Tommy Turrentine (tr), Stanley Turrentine (st), Julian Priester (tb), Bob Boswell (cb), Max Roach (bat). Lo que aquí se escucha es, como siempre en el caso de Roach, música proveniente de una inquietud y un afán de búsqueda. La creación en estado puro.
Más allá de esta suma de placeres y evocaciones, siempre presente, tranquilo, prematuramente longevo, simpático y virtuoso, Stéphane Grappelli se recrea en sí mismo en Django. Siempre dio lo mejor de sí, lo que él llamaba “mi pequeña música”, y lo que dio fue la alegría de estar en este mundo, de vivir en París, de haber terminado por ser parte del paisaje de la ciudad. Quizá él simbolice más que nadie, y más allá del talento y el significado de su música, el espacio sonoro de la única ciudad plenamente jazzística fuera del territorio estadounidense: la París representada en Jazz in Paris.
Intro : M. Almada
Fuente : Carlos Sampayo
Hoy en el programa vamos a pasar algunos trabajos contemplados dentro de la magnífica reseña que hizo Carlos Sampayo en su momento de la serie Jazz In Paris, de lo que sería la segunda parte de la colección que acá ni llego, pero que nosotros nos apropicuamos de algunos de ellos. El amante de jazz no reconoce límites a la hora de hacer hasta lo inasible por un disco. Creo que lo mejor que tiene esta colección que emprendió el sello Gitanes es la buena presentación y el precio accesible. Toda la música contenida en esta serie es magnifica. Cuanto proyecto hubo en torno al jazz por esa época, quedó registrado en esta serie. Así nos topamos con un disco maravilloso de “Mary Lou Williams - I made love you Paris” hasta cuatro trabajos denominados "Jazz y Cinema", donde el arco extiende su cuerda desde Stan Getz a Martial Solal. Las fotos de la cubierta son en la mayoría de los casos de un blanco y negro inmenso y bello lo cual también es un valor adjunto para el aficionado fotofóbico. Acá en el tercer mundo donde vivo la compañía Universal, la que se encargo de la distribución del material, los presentó con un cartón tosco, algunas fotos medio decoloradas, y la carpetilla interna que encontramos cuando abrimos el díptico, solamente contiene los temas, los músicos participantes ( gracias ) y la data numeral de las grabaciones, producto casi diría histórico de la falta de buen gusto y amor incluso a la hora de vender el arte. Yo siempre recuerdo las actitudes de los que vivimos en nuestro país a la hora de hacer las cosas, no, la diferencia de manufacturación que había entre los productos importados y los nacionales era abismal. Yo tuve la oportunidad de adquirir un solo ejemplar de la primer tirada de esta serie importado, gracias a un alma caritativa que conoce a fondo mis impulsos y debilidades por los discos: Chet Baker: Broken Wings. El cartón comparado con el de acá parece seda, la información del CD viene en traducción bilingüe Francés e Ingles, y hasta por una cuestión de sentido común ya que todas las tapas van acompañadas por una foto de París, se coloca en algún apartado del trabajo a que lugar de Francia pertenece. Bueno dejo de escribir sobre este tema porque, como decía mi “nona”, me pone los pelos (los pocos que quedan ya) de punta. Hoy nos trasladamos imaginariamente en el programa a esas calles de ensueño donde los protagonistas rieron, lloraron, se enamoraron y nos dejaron lo mejor de sí: la música el mejor de los antídotos. Que disfruten la nota y si pueden comprarse toda esta colección háganlo les aseguro que no se arrepentirán.
PD: La foto de presentación no pertenece a la colección mencionada pero me pareció referencial a fin de lo expuesto.
Placeres y evocaciones: última entrega de “Jazz in Paris”
Los pesimistas podrán aducir que con estos diecinueve CD, últimos de la serie Jazz in Paris, se acaba la fiesta. Colocan así, sobre la descarnada mesa de las ilusiones, el viejo dilema del vaso medio lleno o medio vacío. Personalmente creo que con estos diecinueve la fiesta se completa y cobra cuerpo. Es verdad que aquí faltan muchos discos, que el jazz en París no se agota en esta colección, que no están Christian Chevalier, ni la música grabada por Bud Powell en la ciudad, por recordar sólo dos ausencias importantes, pero el amor por el pasado --en este caso también la disponibilidad de los recopìladores-- tiene sus límites y un corazón henchido sabe decir basta antes de quebrarse. Pero no debe asustarse el lector con estas disquisiciones un poco cardíacas: el corazón está colmado y fortalecido por sonidos que comienzan en 1932 con el pianista Garland Wilson (Harlem Piano in Montmartre) y que terminan en 1975 con el cuarteto del brillante saxofonista Gérard Badini (The Swing Machine). En medio, el período de entreguerras, la Segunda Guerra Mundial, la ocupación alemana, la posguerra, la descolonización, mayo del ’68 y el gran despegue económico. Varias ciudades llamadas París albergan diferentes tipos de jazz en este recorrido, aunque las imágenes de portada --el otro gran reclamo de la colección-- tienden a eternizar un momento en blanco y negro, a recrear una y otra vez la figuración de una ciudad pacientemente amada y mimada por sus habitantes. La ocupación pudo mermar la actividad o desplazar hacia la ocultación los títulos en inglés de las canciones, pero el jazz siguió latiendo en París y hasta los ocupantes usufructuaron su vitalidad: Jazz sous l’occupation muestra ocho orquestas actuantes entre 1940 y 1944, el período más triste de la París desde la época de Victor Hugo; sin embargo, la música es optimista, resiste, se empecina en propagarse por sobre los decretos y las regulaciones de quienes se creían racionales al imponerlos (algunos músicos de jazz estuvieron en la Resistencia). La foto de portada de este CD muestra una larga cola de ciudadanos ocupados en conseguir unas lonchas de jamón de York… pero nadie ha perdido la dignidad; podemos comprobarlo en el atuendo y la actitud.
De los años inmediatamente posteriores a la guerra no hay ejemplares en esta última entrega, que arranca en 1953 con las célebres grabaciones de Dizzy Gillespie con cuerdas (sí, fueron grabadas en París con músicos franceses); baladas para caerse al suelo y seguir disfrutando: Dizzy Gillespie and his Operatic Strings Orchestra. Del mismo años son las últimas grabaciones de Django Reinhardt, ya con músicos modernos, como Martial Solal, Maurice Vander, “Sadi” y Pierre Michelot. Con Nuages y Nuits de Saint-Germain del-Prés se completa la más grande participación de un músico en esta colección, nada menos que siete CD, todos espléndidamente editados. La París de los primeros años cincuenta era también la de las nuevas imágenes cinematográficas: Jazz & cinéma vol.4 evoca, a través de cinco bandas sonoras, cinco momentos narrativos en iconografías irrepetibles. Entre ellos, la tan deseada aparición de la música de Touchez pas au Grisbi de Jacques Becker, un canto crepuscular a la amistad como valor superior. La amistad, el amor: en esos años se encontraron Bobby Jaspar y Blossom Dearie, y se casaron.En 1954 Blossom grabó en París un disco de trío de piano (sin cantar), aquí presentado como The Pianist, que también incluye cuatro cortes del grupo vocal The Blue Stars, reforzado por la propia Blossom, que era muy buena instrumentista pero no llegaba a los talones de Bernard Peiffer, quien aún es una referencia en el arte de afrontar el jazz a través del piano; The Bernard Peiffer Trio plays Standards también fue grabado en 1954.
De Gus Viseur se sabe poco fuera del ámbito local, sin embargo fue el máximo representante del acordeón parisiense. A veces jazzística, a veces no, su música --aquí en trío-- es un complemento sonoro de las tarjetas postales y las fiestas populares. En De Clichy à Broadway se presenta en trío (1955) y solo (1963). La foto de portada muestra la Place Clichy circundada de vehículos; nada más atinado porque la música de Viseur circunda y acoge. Como la de Henry Crolla, ya presente en los volúmenes 60 y 80 de la colección. Y guarece con la evocación en las canciones y las tonalidades elegidas (generalmente en tonos menores, melancólicas) y en la pulsación suave pero decidida de su guitarra inequívocamente francesa… la sombra de Django gravitante y espesa; en Quand refleuriront les lilas blancs? Crolla se pregunta sobre cosas perdidas, sobre sentimientos difuminados.
En 1956 llegaron muchos músicos estadounidenses a París; otros ya estaban allí, como el pianista Sammy Price que, en compañía del trompetista Doc Cheatham, dedica un álbum a las composiciones de Gershwin, play George Gershwin; es una música estabilizada desde del genio que la creó en pentagrama, a la que le falta un poco de aire, aunque le sobra honradez. Cheatham, que está presente en ocho de las veinticuatro canciones, hace uso de la sordina con el buen tino que caracterizó su larguísima carrera (murió con más de 90 años, en plena actividad, caso extremo en un trompetista). Trompetistas como Joe Newman y Cootie Williams estaban en París el mismo año, el primero como miembro de la orquesta de Count Basie (que causó furor en sus presentaciones) y Williams, ya se sabe, como parte del sonido único de la de Duke Ellington (con una acogida algo menos entusiasta). Ambos aprovecharon la ocasión para grabar en combo. Newman lo hizo con otros basianos a los que se sumó el pianista Maurice Vander. Williams grabó con un quinteto con órgano, con músicos estadounidenses poco conocidos, a los que impuso su musculosa personalidad: Jazz at Midnight, de Newman y Williams es una demostración de swing en grupos pequeños, un arte de apariencia sencilla que guarda muchos secretos no formulables con palabras ni ideas (“Señor Basie, ¿qué es el swing?”. Respuesta irónica). Sí lo sabía --y sabía que lo sabía--, el pianista Jack Diéval, que al frente de un sexteto de rendimiento impresionante, firma mi disco preferido de esta última tanda, también grabado en 1956: Jazz aux Champs Elysées. En honor a la excepcionalidad, citaré a los músicos que secundan a Diéval: Guy Lafitte (st), Michel de Villers (sb), Sacha Distel (g), Paul Rovére (cb) y Christian Garros (bat). Cuando se los escucha aparece un jazz esencial, sin espectáculo ni innovaciones, pero centrado exactamente en el tempo requerido por el swing, manifestando todos los intangibles que hacen que el jazz sea un caso aparte en la historia de los sonidos conjugados.
Bobby Jaspar, que al poco tiempo emigraría a Estados Unidos, se presenta al frente de un cuarteto más percusión, exhibiendo sus habilidades como flautista; no olvidemos que fue uno de los primeros en tocar ese instrumento en el jazz moderno, y también uno de los mejores. Este CD, Jeux de quartes, es el segundo de la colección a nombre de Jaspar y es interesante porque el talento del artista permite que la tensión se mantenga a máximo nivel… desde la fragilidad de la flauta. Controlaba el instrumento con maestría y emoción; un verdadero grande que murió muy joven. El mismo 1958 albergó en estudios a Sarah Vaughan, arropada en un velo de cuerdas. Siempre pensé que Vaughan no necesitaba de ese tipo de marco, pero la posible inoportunidad de la orquesta no empaña la potencia carnal de su voz ni la explosiva musicalidad que la impulsa. Vaughan and violins contiene unas memorables versiones de Misty y Day by day.
En 1960 el muy serio André Hodeir presentó uno de sus experimentos teóricos en forma de disco, aquí llamado Jazz & Jazz. En varias formaciones (o formatos) la música transcurre intranquila e insatisfecha, como corresponde a un arte promovido por un investigador. La presencia de Martial Solal en estado de gracia termina de dar forma a una de las obras menores de Hodeir. No es obra menor Parisian Sketches de Max Roach, una suite compuesta por encargo con el sensacional quinteto que conocimos bajo el nombre de Tommy Turrentine, en el único disco grabado por este trompetista y hermano en calidad de líder. El personal: Tommy Turrentine (tr), Stanley Turrentine (st), Julian Priester (tb), Bob Boswell (cb), Max Roach (bat). Lo que aquí se escucha es, como siempre en el caso de Roach, música proveniente de una inquietud y un afán de búsqueda. La creación en estado puro.
Más allá de esta suma de placeres y evocaciones, siempre presente, tranquilo, prematuramente longevo, simpático y virtuoso, Stéphane Grappelli se recrea en sí mismo en Django. Siempre dio lo mejor de sí, lo que él llamaba “mi pequeña música”, y lo que dio fue la alegría de estar en este mundo, de vivir en París, de haber terminado por ser parte del paisaje de la ciudad. Quizá él simbolice más que nadie, y más allá del talento y el significado de su música, el espacio sonoro de la única ciudad plenamente jazzística fuera del territorio estadounidense: la París representada en Jazz in Paris.
Intro : M. Almada
Fuente : Carlos Sampayo
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