El próximo 21 de marzo es el día mundial de la poesía y quería publicar sobre una de las mejores letras que dio nuestro País. Esto viene a cuento, al hecho de estar leyendo a la susodicha poeta, a partir del libro "Alejandra Pizarnik, Poesía Completa"; cuya edición estuvo a cargo de Ana Beccia, absolutamente recomendado y que incluye, además de lo conocido de la autora, tomas alternativas y bonus tracks poéticos jamas publicados.
Esta nota salió en la revista "Ajo Blanco" cuando llegaba aquí y referenciaba a tres mujeres; Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik e Ingeborg Bachmann.
Bajo el título, "Modos de muerte ", se comenta de manera sucinta pero concisa, vida y trágico final, para tres almas de alta sensibilidad e inteligencia.
Una manera de acercarse a la honda melancolía de una poetisa irrepetible.
Cuando nace Alejandra Pizarnik en 1936 sus padres llevaban dos años en Buenos Aires. Habían llegado sin conocer la lengua española. Sólo sabían hablar ruso y yiddish, dada su condición de judíos. Llegaban de una Europa espantada por el avance del nazismo. La pareja de emigrantes había disfrutado en su país de una situación económica estable. Eran cultos. Algunos dicen que Alejandra sentía fascinación por su padre, de porte elegante, con ojos azules y amante de la canción francesa.
Como Sylvia Plath, ella tuvo su primer analista en la adolescencia. Una adolescencia llena de problemas importantes para esa edad: tenía granos en la cara, asma y era gordita. Dicen que Alejandra, cuando logró adelgazar, abría la puerta de su apartamento en ropa interior para enseñar aquel cuerpo que por fin era aceptado.
A los dieciocho años inició estudios de literatura y periodismo que abandonó para estudiar pintura, disciplina que también dejaría para dedicarse exclusivamente a escribir. Representaba el prototipo contrario al que quería la sociedad argentina de aquellos años, que pedía a las jóvenes discreción y buena conducta. Alejandra no encajaba en aquella sociedad de Perón y Evita. La feminidad se concretaba en vestidos de telas vaporosas y habilidad para las tareas del hogar, con el objeto de prepararse para la finalidad exigida: el matrimonio.
Descubrió las anfetaminas para adelgazar, pero luego las necesitaría para todo, especialmente para escribir. Y escribió mucho, desde "La tierra más ajena", en 1955, hasta su último libro, "El infierno musical", en 1971.
Construyó un personaje extravagante con su vestimenta y sus modales, quizá porque no se sentía feliz con su cuerpo. Fue amante de la noche, del existencialismo y de los poetas malditos. Su vida era pura literatura.
Amiga de Julio Cortázar, Octavio Paz, Olga Orozco, Oliverio Girando, todo parecía favorecer a aquella muchacha cuyo don era la escritura. Vivió en París cuatro años buscando una patria acorde con su mundo mítico.
Durante ese tiempo encontró su lugar. Allí mecanografió los originales de Rayuela. la novela de Cortázar, y se hizo amiga de Bataille. El mundo parecía sonreírle. Sin embargo, la escritura era también un arma letal que daba cuenta de su propia angustia: "¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado". Algo, un sentimiento profundo de desarraigo, le desgarraba poco a poco. Decía Alejandra: "Existe en mí una sospecha de que lo esencial es indecible". ¿ La conciencia de desarraigo es un lastre o quizás el tesoro más preciado ?
Alejandra regresó a París en 1969. Pero París ya no era la misma ciudad. Se sentía extranjera, sin patria. Quizás tomó conciencia de su condición de judía y buscó en
el lenguaje esa patria perdida. Recuerda la tristeza de sus padres ante el horror del nazismo. Ni siquiera el lenguaje parece disuadirla de su dolor. Ya no puede refugiarse en la escritura. Quizás por eso, a partir de 1970, inicia un proceso de clausura progresiva que culminaría en el primer intento de suicidio.
Luego escribe una serie de poemas en los que emerge la muerte de ese padre tan querido. Había muerto en 1967. El último año de la vida de Alejandra fue muy productivo. Parecía experimentar una mejoría, pero volvió a caer. Conoció el amor mirando a los ojos de otra mujer y ese amor la zarandeó . La dejó sin lenguaje otra vez: "Mi persona está herida", escribió en un poema.
También hubo llamadas antes de las cincuenta pastillas de Seconal pero nadie estaba disponible.
Nadie sabe si fue un deseo de descanso profundo o el último gesto de una escritura que desde la adolescencia hablaba ya de locura y muerte. Fue un día de marzo. Al día siguiente la poeta Olga Orozco la llama pero nadie contesta.
La encontraron inconsciente. Murió en el hospital. Tenía treinta y seis años.
Intro : Micky Almada
Fuente : Ajo Blanco. Nro: 111
Esta nota salió en la revista "Ajo Blanco" cuando llegaba aquí y referenciaba a tres mujeres; Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik e Ingeborg Bachmann.
Bajo el título, "Modos de muerte ", se comenta de manera sucinta pero concisa, vida y trágico final, para tres almas de alta sensibilidad e inteligencia.
Una manera de acercarse a la honda melancolía de una poetisa irrepetible.
Alejandra no encajaba en
aquella sociedad de Perón
y Evita. La feminidad se
concretaba en vestidos
vaporosos y habilidad para
las tareas del hogar, con el
objeto de prepararse para
la finalidad exigida:
el matrimonio
aquella sociedad de Perón
y Evita. La feminidad se
concretaba en vestidos
vaporosos y habilidad para
las tareas del hogar, con el
objeto de prepararse para
la finalidad exigida:
el matrimonio
Cuando nace Alejandra Pizarnik en 1936 sus padres llevaban dos años en Buenos Aires. Habían llegado sin conocer la lengua española. Sólo sabían hablar ruso y yiddish, dada su condición de judíos. Llegaban de una Europa espantada por el avance del nazismo. La pareja de emigrantes había disfrutado en su país de una situación económica estable. Eran cultos. Algunos dicen que Alejandra sentía fascinación por su padre, de porte elegante, con ojos azules y amante de la canción francesa.
Como Sylvia Plath, ella tuvo su primer analista en la adolescencia. Una adolescencia llena de problemas importantes para esa edad: tenía granos en la cara, asma y era gordita. Dicen que Alejandra, cuando logró adelgazar, abría la puerta de su apartamento en ropa interior para enseñar aquel cuerpo que por fin era aceptado.
A los dieciocho años inició estudios de literatura y periodismo que abandonó para estudiar pintura, disciplina que también dejaría para dedicarse exclusivamente a escribir. Representaba el prototipo contrario al que quería la sociedad argentina de aquellos años, que pedía a las jóvenes discreción y buena conducta. Alejandra no encajaba en aquella sociedad de Perón y Evita. La feminidad se concretaba en vestidos de telas vaporosas y habilidad para las tareas del hogar, con el objeto de prepararse para la finalidad exigida: el matrimonio.
Descubrió las anfetaminas para adelgazar, pero luego las necesitaría para todo, especialmente para escribir. Y escribió mucho, desde "La tierra más ajena", en 1955, hasta su último libro, "El infierno musical", en 1971.
Construyó un personaje extravagante con su vestimenta y sus modales, quizá porque no se sentía feliz con su cuerpo. Fue amante de la noche, del existencialismo y de los poetas malditos. Su vida era pura literatura.
Amiga de Julio Cortázar, Octavio Paz, Olga Orozco, Oliverio Girando, todo parecía favorecer a aquella muchacha cuyo don era la escritura. Vivió en París cuatro años buscando una patria acorde con su mundo mítico.
Durante ese tiempo encontró su lugar. Allí mecanografió los originales de Rayuela. la novela de Cortázar, y se hizo amiga de Bataille. El mundo parecía sonreírle. Sin embargo, la escritura era también un arma letal que daba cuenta de su propia angustia: "¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado". Algo, un sentimiento profundo de desarraigo, le desgarraba poco a poco. Decía Alejandra: "Existe en mí una sospecha de que lo esencial es indecible". ¿ La conciencia de desarraigo es un lastre o quizás el tesoro más preciado ?
Alejandra regresó a París en 1969. Pero París ya no era la misma ciudad. Se sentía extranjera, sin patria. Quizás tomó conciencia de su condición de judía y buscó en
el lenguaje esa patria perdida. Recuerda la tristeza de sus padres ante el horror del nazismo. Ni siquiera el lenguaje parece disuadirla de su dolor. Ya no puede refugiarse en la escritura. Quizás por eso, a partir de 1970, inicia un proceso de clausura progresiva que culminaría en el primer intento de suicidio.
Luego escribe una serie de poemas en los que emerge la muerte de ese padre tan querido. Había muerto en 1967. El último año de la vida de Alejandra fue muy productivo. Parecía experimentar una mejoría, pero volvió a caer. Conoció el amor mirando a los ojos de otra mujer y ese amor la zarandeó . La dejó sin lenguaje otra vez: "Mi persona está herida", escribió en un poema.
También hubo llamadas antes de las cincuenta pastillas de Seconal pero nadie estaba disponible.
Nadie sabe si fue un deseo de descanso profundo o el último gesto de una escritura que desde la adolescencia hablaba ya de locura y muerte. Fue un día de marzo. Al día siguiente la poeta Olga Orozco la llama pero nadie contesta.
La encontraron inconsciente. Murió en el hospital. Tenía treinta y seis años.
Intro : Micky Almada
Fuente : Ajo Blanco. Nro: 111
1 comentario:
muy buena la nota, y lo de siempre... "Ajo Blanco" que revista fuera de serie!!!!!! Walter Cardoso...
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