Cuando Chet Baker murió hace 30 años
sus seguidores europeos, público y músicos, acaso lo hayan sentido más que los
norteamericanos, muchos de los cuales lo desdeñaron en su última etapa por el
desequilibrio que sus adicciones provocaban en su performance artística.
Fueron años oscuros para el trompetista
los que antecedieron a su muerte, nunca debidamente aclarada, en una madrugada
de Amsterdam. Sin embargo, su vocación autodestructiva no perforaba la
adoración que los europeos mantenían por este apodado "angel" del
jazz, cuyo sonido siempre conseguía superar avatares marginales, cautivando al
público que acudía a los clubes para escucharlo tocar.
De algún modo, la reciente edición de
un nuevo disco doble de este artista que se convirtió en leyenda resulta una
suerte de homenaje a treinta años de su desaparición. Se trata de un álbum
doble que lanzó el sello Ubuntu, titulado Live in London Volume II, que también
se puede escuchar en formato digital.
El disco registra parte de una serie de
shows que Chet ofreció en marzo de 1983 en un local de la zona de Covent Garden
llamado The Canteen, en la calle Great Queen. Las presentaciones londinenses
formaron parte de una gira europea que Chet compartió inicialmente con el
saxofonista Stan Getz. Ambos músicos se hallaban en estadios diferentes de sus
carreras y las cosas no terminaron bien. Getz había arrancado molesto por los
trastornos que provocaban las adicciones de Chet, pero la ruptura se precipitó
cuando el saxofonista se anotició de que su compañero de gira se proponía
ingresar droga en Arabia Saudita. Testigos de aquellos días han relatado que
Getz se apoderó del paquete que Chet pensaba transportar y lo vació en el
inodoro, para acto seguido advertirle al productor del periplo que allí se
terminaba la sociedad.
Luego de ese episodio Chet se refugió
en París y volvió a sus irregulares presentaciones en el New Morning de la
ciudad luz. Interrumpió esa rutina para trasladarse a tocar en Londres,
acompañado esta vez por John Horler en piano, Jim Richardson en bajo y Tony
Mann en batería. La fortuna quiso que Richardson registrara los shows con un
grabador colocado cerca de su instrumento. Las cintas fueron trabajadas de
manera impecable para esta nueva edición, y el sonido original quedó
notoriamente mejorado. La magia de Chet se mantiene viva cuando empuña la
trompeta, pero se disipa cuando canta en dos temas: su voz no logra disimular
el daño que se estaba provocando.
Del grupo que lo acompañó sobresale el
pianista Horler, claramente influenciado por Bill Evans, y que ha sabido
colaborar también con otros referentes del jazz británico, como el gran
intérprete del fluegelhorn Kenny Wheeler.
En vida, Chet grabó alrededor de 100
discos. Una vez muerto aparecieron varios más. Solía permitir que sus shows se
grabaran y se editaran a cambio de sumas modestas. Sus devotos europeos lo
mantuvieron en escena hasta el final. Hoy su leyenda tiene bastante de
marketing y explota el consabido perfil del artista maldito. Pero su música,
más allá de todo, siempre es bienvenida.
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